Esto es lo mismo que sucede con el cristiano de hoy. Jesús nos dice: “Pasemos al otro lado”, es momento de que nuestra fe experimente una nueva dimensión, es hora de conocer a Dios en otra faceta. Y es cuando el tiempo de refrigerio se termina, la bendición que produce sosiego se transforma en una gran tempestad que comienza a azotar nuestra calma.
La barca parece ahogarse, nuestras fuerzas ya no dan para más y de pronto nos damos cuenta que Jesús estaba durmiendo en la popa de la nave, recostado sobre un cabezal. Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?
Sin embargo, el cristiano no se da cuenta que las demás barcas sufren lo mismo, pero no tienen a Jesús de su lado. Así, podemos ver a mucha gente sin esperanza en sus tribulaciones, sin Dios en sus vidas, desesperados. Pero nosotros, tenemos a Cristo en nuestro bote y aunque parezca que duerme, él conoce perfectamente nuestro temor y tiene todo bajo su control.
Por eso, no he de desmayar, porque tengo al Capitán de mi vida controlando los vientos y lo mejor es que nunca me ha de abandonar, pues dijo: “Pasemos al otro lado”, no dijo “pasa tu sólo”.
Qué bueno es saber que no hay razón para amedrentarse, que después de un diluvio tormentoso vendrá el arco iris glorioso del Señor. Si somos atribulados, debemos sentirnos honrados pues Dios nos está formando un carácter y éste sólo se obtiene por medio del fuego de la prueba. Ninguno debe pensar que Dios no impedirá que seamos zarandeados, le sucedió igual a Pedro y el pescador salió fortalecido y vuelto, confirmó a sus hermanos.
Las pruebas también sirven para abrir los canales de la gracia divina y continuar en absoluta dependencia al Señor, aguardando expectantes el desenlace de las cosas, sabiendo que todo ayudará para bien.
Por tanto, ¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Esperaré en Dios, porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío.
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